Entre 1946 y 1950, la universidad adquirió una extensión de 80 manzanas, con ingreso por la Avenida Petapa, destinada a la construcción de la Ciudad Universitaria.
La autonomía universitaria fue el primer paso para consolidar una nueva universidad, en la que se fueron forjando las generaciones que verían prosperar una institución que, además de contar con una moderna infraestructura, estuvo amparada por los intelectuales más lúcidos de la época.
Por Oscar Peláez Almengor, Ph. D.
Carlos Martínez Durán
Según relata Augusto Cazali Ávila en su obra “Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala: época republicana (1821-1944)” (Guatemala: Edit. Universitaria, 2010), pág.327, Martínez Durán fue un alumno distinguido.
A los 18 años se estrenó como profesor de nivel primario en el Liceo Spencer, donde descubrió su interés y vocación por la docencia. Al graduarse de médico y cirujano, fue profesor por oposición en diversos cursos en las facultades de Medicina y Odontología.
Su formación fue complementada con estudios en el extranjero: Berlín, entre 1937 y 1938; La Habana, 1946; Roma,1950 y 1951. Allí también aprovechó para asistir a cursos de formación humanística.
Primer rectorado (1945-1950)
El propio Martínez Durán, en el texto “Discursos universitarios, 1945-1950” (Guatemala: Edit. Universitaria, 1950), expone cómo concebía a la moderna universidad:
“La nueva universidad que construiremos dará a profesionales y estudiantes esos incentivos que pueden afirmar una vocación excepcional. Y de nuevo, volvemos al verdadero maestro que ha de enseñar a sus discípulos ‘el perfeccionamiento del espíritu de observación y la fortificación y enderezamiento del sentido crítico’. Solo así, evitando dogmatismos y despertando vocaciones, podremos convertir a nuestra universidad en centro de investigación científica…” (Martínez Durán:1950, 13 y 14).
Durante su primer período administrativo adquirió un terreno de aproximadamente 80 manzanas para la construcción de la Ciudad Universitaria. En su discurso de entrega del cargo de rector a su sucesor, indicó las dificultades para realizar la obra:
“La planeación y construcción de una Ciudad Universitaria fue el otro pensamiento rector en mi trayectoria. Ninguno sufrió tantos ataques y reveses, tantas alzas y caídas. Ninguno puso más a prueba mi paciencia y mi voluntad firme y decidida. Y si no puedo dejar más de la Ciudad Universitaria, ello es culpa de los adversarios que dificultaron hasta el máximo la marcha y realización de la obra… Es signo de que la obra es de gran envergadura, de gran porvenir, y por ello se le teme, por ello los miopes no ven. Construir una ciudad del pensamiento investigador, de la meditación serena, de la solidaridad alegre y productiva, de la comunidad ciudadana, no en encierro de privilegio ni en fuero de casta, sino en amplitud de horizontes y en cercanía del pueblo, en fuerza de democracia, es viejo anhelo y de antigua realización…” (Martínez Durán:1950,123).
Sobre sus argumentos a favor de la construcción, expuso:
“Ya el Congreso de Universidades Latinoamericanas resolvió en su acuerdo 35, recomendar la construcción de ciudades universitarias como el medio más eficaz para desarrollar la educación integral. Cuando en Guatemala se agitaba esta idea, y se compraba el terreno, Bogotá, Caracas, Rio de Janeiro y Concepción, ya tenían casi terminadas sus ciudades universitarias. México la iniciaba, y en otras ciudades nada se sabía de ellas…
Mientras mantengamos diseminados en la ciudad, los edificios universitarios, no habrá espíritu de solidaridad, ni nada que justifique el nombre de Alma Mater, serán escuelas falsamente cubiertas con tan honroso título” (Martínez Durán:1950,124 y 125).
Avances
De acuerdo con el arquitecto Roberto Aycinena, en su artículo “La Ciudad Universitaria”, pág. 311 (Tricentenario Universidad de San Carlos de Guatemala 1676-1976. Universidad de San Carlos de Guatemala: publicación conmemorativa (Guatemala: Edit. Universitaria, 1976, págs. 311 a 315), durante el siguiente período rectoral del licenciado e ingeniero Miguel Asturias Quiñónez (1950-1954), se estableció la Oficina de Arquitectura e Ingeniería, a cargo de los ingenieros Ricardo Roesch y Manlio Ballerini, la cual llevó a cabo la primera planificación de conjunto que ubicaba a las oficinas de Rectoría y las diferentes facultades. Se construyó un relleno en la cañada que dividía el terreno en dos partes. En el sector cercano a la Avenida Petapa, se planificó la sección deportiva y se construyeron las primeras instalaciones.
Aycinena (pág. 312) indica que, durante el rectorado del licenciado Vicente Díaz Samayoa (1954-1958), con fondos que provenían de una emisión de bonos, fue construida la Facultad de Ingeniería, cuya ubicación ya no respondió a la planificación original, así también ocurrió con el edificio de laboratorios de Agronomía y el auditorio de planta circular, conocido como el Iglú; obras que se iniciaron también durante ese período rectoral y fueron inauguradas durante el segundo rectorado del doctor Martínez Durán.
Segundo rectorado (1958-1962)
El arquitecto Aycinena (pág.312) indica que el doctor Carlos Martínez Durán, en su segundo rectorado, le dio un gran impulso a la Ciudad Universitaria.
Se nombró una Junta de Administración Académica y se contrató al urbanista Adolfo Álvarez Marroquín, quien realizó los estudios preliminares y presentó “esquemas de organización académica”. Además, fueron contratados los arquitectos Roberto Aycinena, Carlos Haeusler, Jorge Montes y Raúl Minondo.
Aycinena (págs. 312 y 313) expone que este segundo proyecto de conjunto fue basado en la sectorización por áreas de afinidad académica. Se crearon así el Área de Estudios Humanísticos, Área Tecnológica, Área Biológica y Área Central Administrativa y de Servicios Generales, compuesta por la Rectoría y la Biblioteca Central, separadas físicamente, pero unidas por lo que hoy es la Plaza de los Mártires Universitarios.
El sector deportivo se continuó proyectando sobre el oriente de la Ciudad Universitaria, se respetó el principio de la separación del tránsito de vehículos automotores y personas, se planificó una vía periférica de intercomunicación, así como un nuevo ingreso a la universidad por el norte. Este proyecto de conjunto no abarcó todos los terrenos adquiridos y se dejó una gran área de reserva en el sector sur para los cultivos agronómicos.
En su discurso de toma de posesión, el 1 de marzo de 1958, Martínez Durán volvió a referirse a la construcción de la Ciudad Universitaria. Parecía como si los años que había pasado fuera del poder universitario no hubiesen hecho más que darle la razón:
“La Ciudad Universitaria, campo de mis más fervientes anhelos, obra la más querida de mi rectorado primero, espera del nuevo gobierno de Guatemala, y muy en especial de su nuevo presidente universitario, la más extraordinaria de las ayudas, el impulso definitivo que le permita engrandecerse por lo menos con tres edificios para escuelas facultativas y con el edificio central del rectorado, eje de la Universidad. Aceleraremos la nueva urbanización y la organización por departamentos para planificar la obra material” (Carlos Martínez Durán, Discursos universitarios, 1958-1962), (Guatemala: Edit. Universitaria, 1962, pág.16).
En un discurso pronunciado el 5 de julio de 1958, ilustra sobre la forma en que la obra fue financiada:
“Poneos la mano sobre el corazón, y como universitario, permitid que realicemos el empréstito de quince millones, garantizando sus amortizaciones, porque sólo así será realidad la Ciudad Universitaria para las generaciones presentes. No sacrifiquemos a la actual juventud en aras de las futuras generaciones. Si todo tiempo futuro será mejor, sea el presente el crisol del mañana” (Martínez Durán:1962,21).
En su discurso pronunciado el 4 de abril de 1959 con objeto de la inauguración de la Facultad de Ingeniería, expresó así su satisfacción:
“Este feliz y alegre día ha de ser también motivo para una necesaria meditación. Al inaugurarse totalmente el edificio para la Escuela de Ingeniería, estando próximo el traslado de la Escuela de Medicina Veterinaria a sus edificios provisionales prefabricados, y esperando también que en este año se terminen los laboratorios de la Escuela de Agronomía, el sueño de todos los rectores: la Ciudad Universitaria adquiere la categoría de hermosa realidad.
Trasladarse a esta amplia Casa del Saber no implica un simple cambio de paredes y aulas, una sencilla mejora de espacio y de solidez. Significa un cambio de actitud, una nueva manera de concebir la docencia, la investigación, el espíritu del Alma Mater…
Os toca demostrar a todos los estudiantes universitarios, que la Universidad no es un conjunto de escuelas profesionales aisladas, egoístas y rivales, donde se viene a adquirir un diploma que permite explotar al hombre y a la sociedad, sino una sagrada casa, hogar auténtico, donde además de adquirir conocimientos de una técnica, se aprende un modo de pensar y una manera de vivir, un modo de saber, una conducta moral, todo puesto al servicio, no de sí mismo, sino de la sociedad, de la comunidad en que se actúa, en provecho de la patria, de su cultura” (Martínez Durán:1962,46).
Sin embargo, continuaba librando batallas contra quienes se oponían al proyecto de la Ciudad Universitaria. Así lo expresa en la ceremonia de graduación profesional del primer semestre el 11 de julio de 1959:
“Hace diez años justos, un diputado universitario y un periodista profético, en el Congreso y en la prensa nos atacaban diciendo que habíamos comprado terrenos baldíos y hasta un gran número de pajas de agua, dilapidando los fondos universitarios, pues ni en veinte años se construiría la Ciudad Universitaria.
¿Qué dirían hoy los detractores, cuando ya funcionaban en ella tres escuelas facultativas? ¿Qué dirán los aguafiestas del hiriente vaticinio sobre la plusvalía de los terrenos y la marcha de las construcciones tan sólo detenidas por la planificación total? Fieles a los consejos técnicos creamos una comisión de planificación para evitar presentes y futuros errores, y el año entrante se iniciará la construcción del edificio central administrativo, que no es muy costoso, y así plantará la bandera central en la Ciudad Universitaria” (Martínez Durán:1962,69).
En tanto, en sus escritos, descubrimos también a un Martínez Durán firme en sus concepciones y con una gran claridad sobre el papel de la universidad en la sociedad:
“La Universidad reconstruye y construye el mundo de las ideas y ha sido y debe ser promotora de Historia. Escuela de Libertad y de responsabilidad, jamás tendrá la obligación de servir los intereses privados o los intereses del Estado. Sólo está al servicio de los más nobles intereses de la humanidad, al servicio de la verdad y la justicia” (Martínez Durán:1960,77).
Inauguración de Rectoría
Una de las aspiraciones de Martínez Durán fue cumplida al inaugurar el 1 de diciembre de 1961 el edificio central de la Ciudad Universitaria, hoy conocido como Rectoría. Al pronunciar su discurso no olvidó mencionar al Congreso Universitario Hispanoamericano y cómo en septiembre de 1949 se había colocado la primera piedra de la Ciudad Universitaria, señalando además:
“Para mí, esta Ciudad Universitaria ha sido espacio abierto al mejor de los sueños, tierra espiritual sin límites. El palacio-
corazón, todo blanco, me parece una nueva Leuconoe, es decir una blanca realidad, un sueño transformado en certidumbre. Como rector, como soñador, condecoro esta morada central con la esmeralda de la esperanza. Sus luces, sus fulgores, no tendrán límite, y cubrirán espacio y tiempo…
Aquí vivirá la nueva gente, las jóvenes generaciones, que moverán la tierra, no como Caprakán para destruir, sino como arquitectos nuevos, de una nueva tierra resplandeciente de frutos, de una nueva vida henchida de amor, de fe y de sabiduría. Aquí se edificará el presente para que el futuro pueda recogerse sosegado bajo un manto de luz. Los jóvenes sabrán acudir a ese llamado que he puesto en el ingreso: no entréis aquí sin bien probado amor a la verdad y a la libertad” (Martínez Durán: 1962, 198).
En su discurso de entrega del cargo al rector electo, ingeniero Jorge Arias de Blois, el 1 de marzo de 1962, Martínez Durán se refiere a la Ciudad Universitaria de la siguiente manera:
“Para los que definen una labor por las construcciones materiales, la Ciudad Universitaria puede responder con firmeza y abundancia. Aquí, las segundas partes fueron más pródigas, porque no sólo se deja bien organizado el planeamiento de la Ciudad Universitaria, científicamente disparado hacia el futuro, sino que se levantan tres nuevas construcciones: unas modestas de tipo prefabricado para instalaciones de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia, y dos hermosas: los Laboratorios de las Facultades de Agronomía y Medicina Veterinaria y el Edificio Central, cuyo elogio hice ya, y cuya fama está creciendo, para ejemplo y emulación.
No somos nosotros, no soy yo, quienes debamos decir el juicio definitivo. Empero, las respuestas en la Ciudad Universitaria, sobrepasan nuestras posibilidades y se inmovilizan en la eternidad del tiempo…
En el camino de nuestros cuatro años, hemos dejado nuevas posadas para el espíritu…” (Martínez Durán:1962, 224,225 y 229).
Un rector visionario
El doctor Carlos Martínez Durán tuvo como prioridad la construcción de la Ciudad Universitaria. Fue médico de profesión, pero puede considerársele un humanista de corazón.
Su tenacidad logró constituir la Ciudad Universitaria sin dar marcha atrás, para que se consolidara en nuestro tiempo como una obra dedicada a compartir y generar conocimiento.
Estos apuntes preliminares no pretenden más que señalar algunos aspectos importantes para hablar de la obra física. En primer lugar, puede decirse que fue fruto de una concepción mental. La idea de unir a todas las escuelas facultativas en un mismo lugar físico fue, quizás, una de las más discutidas en su momento. Martínez Durán dedica muchas de sus reflexiones a combatir las ideas que se oponían a tal propósito. Reunir a todas las escuelas facultativas en un mismo sitio es una de las ideas que considero importantes para la historia de nuestra institución.
El debate surgió porque el modelo napoleónico de universidad implantado a partir de la Reforma Liberal de 1871 había separado a las facultades, convirtiéndolas en pequeños feudos, con intereses muy particulares. Es contra esta práctica e ideas que Martínez Durán esgrime el pensamiento humanista, y lo concibe como la forma de cohesionar a la juventud universitaria bajo los mismos principios y valores.
Es necesario recordar que en aquellos años la humanidad apenas se estaba recuperando de la barbarie de la II Guerra Mundial, en donde la ciencia y la técnica habían desempeñado un papel primordial en la destrucción del mundo civilizado de aquel momento.
La guerra afecta las conciencias de diferentes maneras y los universitarios de aquel momento, con Martínez Durán a la cabeza, encontraron alivio en los principios y valores humanistas, tras la deshumanización provocada por la conflagración mundial.
La idea de concentrar a los universitarios en un solo espacio estaba sustentada por el humanismo. Esa centralidad buscaba difundir conocimientos básicos sobre las ciencias humanas en todas las facultades, para ofrecerles principios y valores de convivencia pacífica entre los seres humanos.
La segunda idea que considero importante señalar es que la construcción de la Ciudad Universitaria no fue un hecho puramente técnico. Las aplicaciones técnicas tienen un sustrato teórico, una base en el pensamiento y la voluntad del hombre.
En este sentido, la construcción de la Ciudad Universitaria ha sido abordada hasta el momento como un hecho básicamente técnico, y es cierto que hay detalles que deben rescatarse; entre estos, el significado de la Ciudad Universitaria como ejemplo de un tipo particular de creación arquitectónica acorde al momento en que fue construida.
Es innegable el papel de los arquitectos e ingenieros que trabajaron en su planificación y construcción, pero esto dejaría de tener un sustento si no contamos con el pensamiento de personas como Martínez Durán, que materializaron sus ideas educativas en un espacio físico sujeto a las corrientes arquitectónicas de su momento, como lo fue el modernismo. En consecuencia, el pensamiento y la acción se complementan, no puede haber uno sin el otro. La Ciudad Universitaria es una obra arquitectónica que fue resultado de una fuerte corriente de pensamiento humanista de mediados del siglo pasado.
Finalmente, quiero remarcar el importante papel de la autonomía universitaria en el desarrollo de esta magna obra. Hubiera sido imposible pensar y llevar a la práctica las ideas de Martínez Durán y los humanistas sin la autonomía universitaria, porque esta abrió la posibilidad del libre diálogo entre los universitarios, disponer de recursos propios para adelantar la obra e, inclusive, se tuvo la capacidad de endeudamiento para solventar los problemas más importantes, como indica Martínez Durán.
Tal vez el hábito de ir y venir a un lugar, como la Ciudad Universitaria, nos impida ver las bondades de esta como objeto de estudio para las ciencias sociales, pero es tiempo de que nuevas generaciones tomen sobre sus hombros la obra que iniciaron profesionales como Carlos Martínez Durán: apuntalar un norte para la Universidad de San Carlos de Guatemala, tener un ideal para nuestra casa de estudios y comprometerse con el mismo hasta alcanzar.